Golpes Bajos
Si alguno o
alguna piensa que la pelea del siglo comenzó y terminó en la madrugada del
domingo 3 de mayo, pues lamentamos comunicarle que el error es grave. Batallas,
lo que se dicen peleas en serio, a todo o nada, no son aquellas que reparten
millonadas, cuentan con espectadores que la levantan en grúas y se hacen a
miles de kilómetros de Buenos Aires. No señor. Ni a palos. Están más cercanas,
muchas veces, a un colectivo, o dos a lo sumo, de distancia.
Ahora bien,
existen, es lícito reconocerlo, similitudes entre combates. En la disciplina
pugilística se sanciona, salvo excepciones de jueces afines a la teca, todo
golpe por debajo de la cintura del oponente. Esto, conocido en el ambiente de
las narices chatas como “Golpe Bajo”, puede producir un simple descuento de
puntos o, en casos que se cuentan con los dedos de una sola mano, la
descalificación definitiva. No siempre, pero muchas veces, la sistemática
apelación al golpe bajo da cuenta de la superioridad del contrincante, de
saberse inferior e intentar emparejar la cosa esgrimiendo argumentos poco
nobles.
Ayer, hace
apenas unas horas, presenciamos la segunda jornada del juicio por Luciano. Al
igual que el lunes, algunos abogados defensores de Torales se vistieron de
púgiles y apuntaron por debajo del cinturón. Si hace dos días Mónica, la mamá
de Luciano, tuvo que soportar la inapropiada y estigmatizante pregunta sobre su
sentir acerca de un hijo cartonero; hoy, Vanesa, su hija y hermana de Luciano,
sufrió algo similar ante interrogaciones sobre su vida personal que poco y nada
tienen que ver con la causa, con el juicio, con Luciano. Se sabe, además, que
el recurso del Golpe Bajo apunta a desconcertar a la víctima, a correrla del
eje, a llevarla hacia terrenos emocionales negativos, para que sea ganancia de
pescadores ese asqueroso río revuelto.
Sin embargo, no
pudieron. A pesar de ser el Estado, pues eso es un policía y quien lo defiende,
de contar con semejante ventaja, no pudieron. Ni Mónica ni Vanesa le escaparon
al desafío, mas tampoco jugaron en la arena que el otro pretendía. Con sus
cartas sin marcar, las de la verdad, la justicia, la honradez, miraron de
frente, algo que no todos pudieron hacer en esa sala, y contestaron con una
altura digna de las mejores campeonas de mil batallas. A veces, los golpes
bajos sacan de quicio y dejan servida la partida al que los propina. En otras,
sublimes, solo demuestran la pequeñez de quienes los ejecutan.
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